viernes, 17 de junio de 2022

¿Y pa qué?

 A nadie parece apetecerle que se le instruya en valores. Los mismos que abrazan ciegamente la equidistancia (entre un punto en la extrema derecha y otro en la derecha extrema) de la bazofia internetera, reniegan del tratamiento de cualquier producto cultural que contenga trazas de *mira dónde está el baremo mínimo a día de hoy* no ser un puto nazi de mierda; porque mimimí les adoctrinan.

Como no tengo tiempo para andar desconectando individualmente a tanto alienado (me quedan a lo sumo 40-50 años de vida, siendo optimista), y dependiendo del contexto, suelo usar distintas estrategias para sobrellevarlo. En Internet, bloqueo. Es fácil y sencillo, se vive agustísimo. Recordad que la “cámara de eco” no existe, es una frase ariete de los leones marinos nazis para consumir tus energías en lo que a ellos les salga de la polla. Bloqueo. Pero IRL la cosa se complica. A veces hay relaciones de poder desequilibradas (en concreto estoy pensando en un par de momentos como “jefe” en los que se me hace incómodo no poder darle dos bofetás a alguien pa que espabile). Uno puede desmantelar el comentario cuñao con un rápido revés de ingenio asertivo. Sobre todo si el contexto es un grupo en el que es necesario que los límites (no del humor, sino de la humanidad) estén claramente determinados. Y ridiculizar la cuñadez.

Pero me revuelve ver como gente a la que en otras determinadas facetas se les tiene aprecio, han caído en las gañanadas de ese zeitgeist incel que ocupa el ancho de banda streameño. Y conjugo a conciencia, porque es algo que he visto suceder paulatinamente, desde una impotencia paralizante gracias a los malditos constructos sociales (aka lo de no poder dar dos guantás). Quizá me sabe mal por ese complejo mesiánico que a veces le da a uno, de pensar que puede salvar a alguien cuando no puede ni salvarse uno de su cruz. Quizá porque honestamente pienso que es desconcertante que alguien con una cierta madurez y experiencia pueda dejarse abatir por muy malamente que se le haya estao dando lo de vivir. Nunca voy a terminar de entender que se opte abierta y conscientemente por el mal.

He leído y estudiado bastante sobre la formación y la medición de la opinión pública, incluso después de estar obligado a ello. Por vicio. No recuerdo (o ignoro) que exista un buen texto que hable sobre cómo conformar uno los valores que le defiendan de unos generadores de opinión tan tóxicos como esos a los que estamos expuestos hoy. Un pensamiento crítico que sea una práctica ética, no un eslogan vacío para vender autoayuda. Me gustaría leerlo y poder regalarlo. Pero estoy seguro de que muchas veces, a lo largo de los últimos años, quien se haya planteado ponerse a escribirlo se habrá detenido un momento antes de empezar. Habrá pensado en su utilidad práctica, las posibilidades de que llegue a su público objetivo, de que leerlo lo aleje del ruido. Y habrá decidido no ponerse a ello, encogiéndose de hombros y preguntándose: “¿y pa qué?”.

sábado, 4 de junio de 2022

Todo a la vez y en todas partes

 Aún no he visto la película cuyo título he robado para este post. Con un poco de suerte podría verla el domingo. Todo parece apuntar a que podría suceder pero, con los tiempos que corren, hacer planes a 48 horas vista parece de un optimismo temerario.

Puede pasar cualquier cosa, claro, porque ahora mismo en todas partes está pasando todo. Mientras lees esto, algo nace, algo muere, algo se está construyendo, algo se está destruyendo, alguien está leyendo el texto revelador que cambiará el resto de sus días de manera profunda y significativa… y tú estás aquí, leyendo esto. 

Compartiendo asincrónicamente conmigo un momento de reflexión sobre cuánto de todo eso va a pasar igual sin nosotros. Sobre cuál es el peso de la acción siguiente al terminar este texto sobre el devenir de esta particular constelación de partículas subatómicas que aleatoriamente se han dispuesto de tal manera que nos conforman conscientes de nosotros mismos como parte de ella y perceptores de (solo) algunas de sus características. Sobre qué tipo de intencionalidad le pondríamos, y si sería ésta una constante que se mantendría inamovible, en el supuesto de que pudiéramos calcular dicho peso e inteligir consecuentemente las consecuencias probables que devendrían de nuestra elección.

En el mejor de los casos, solemos relacionarnos con cuatro o cinco de las realidades alternativas con frecuencias de onda más cercanas a la que experimentamos. Elucubrar sobre las que divergen en un ángulo extremadamente abierto nunca acaba en nada bueno si transciende la elucubración. Pero es un ejercicio de lo más saludable cuando puedas haber perdido un poco el oriente por el ruido (segundo post, no me iba a despegar tan pronto del tema). El juego tiene que tener una regla clara de no detenerse en los detalles. Simplemente evaluar de manera consciente los momentos críticos en que tu vida podría haber tomado cualquiera de esas bifurcaciones. Pensar en qué habría sido de aquél error si hubieras acertado, o de aquél acierto si te hubieras equivocado. Tirar del hilo, contextualizar con los factores externos conocidos. Mirar detenidamente la imagen mental en la que acabemos tropezando y, siempre, recoger el hilo para volver al punto de partida. Que siempre es un momento antes de tu potencial siguiente error. Y disfrutar de lo que venga como si esto no fuese así.

“¿Cómo”, se puede dudar, “va a ayudar este ejercicio de embarre de todo a apartarse del ruido?” 

Y ya con más calma, en el futuro,  nos responderemos: poniéndonos en nuestro sitio. Situándonos en el único momento y el único lugar (aquí, ahora) que nos protege de lo demás que está pasando. Todo. A la vez. Y en todas partes.

sábado, 28 de mayo de 2022

Aplacando el ruido

Escribo prácticamente a diario. La parte de procesar información recibida, elaborarla en ideas estructuradas y ofrecerla en un formato adecuado para el consumo por su público objetivo la llevo engrasada. Últimamente, la mayor parte de esto lo hago en inglés, a cambio de dinero, y sobre asuntos en los que nunca pensé que podría llegar a tener tanto que decir. En cierto modo, esto es positivo. 

En otro, no tanto. Es cansado ser. A poco que se pretenda estar asomado ligeramente al mundo que transcurre mientras vivimos, lo hacemos permanentemente aferrados al pequeño y escarpado saliente rocoso de nuestra cotidianeidad en medio del torrente de rápidos turbulentos que supone la actualidad, el devenir, la Historia incluso a la que te despistes. Aunque te mantengas (cuerdo) a salvo en tu peñasquito, sigues estando empapado y expuesto a la siguiente crecida de la corriente. Rara vez da tiempo a secarse.

Se puede uno secar. Aunque se nos (me) olvide, tener la cabeza asomada a este pozal de mierda no deja de ser un acto enteramente voluntario. Hace casi diez años que vivo fuera de España, en dos países distintos, y mi inmersión en los charquitos de ambos países ha sido siempre un cómodo chapoteo superficial, como una lasca plana arrojada con extrema violencia contra ellos sin tener en cuenta que en algún momento habría que ir sumergiéndose, que la inercia se acaba. Podría prescindir de seguir la actualidad regional y nacional desde la perspectiva española e, incluso, de la internacional; como muchos adultos aparentemente funcionales pueden sin que les suponga demasiada traba a la hora de hacer sus vidas tan ricamente.

Podría, pero no puedo. Es y no es casualidad que esté componiendo este texto después de todos los cambios a los que nos hemos visto sometidos este último par de años, aunque algunas de las ideas ya estaba ahí, porque son muchos años de vivir así como de lejos. 

Así que voy a intentar desempolvar la herramienta que más me ha ayudado en general a amortiguar el rugido de esos torrentes que amenazan con furia arrastrarme garganta abajo. Asumir el ejercicio de componer mis ideas en una forma que puedan desencriptar y otros (normalmente, mi yo futuro). Y volver a escribir en este canal, que requiere un poco más de paciencia, de doma, y encauza las aguas. Aplacando el ruido.